Ecco due articoli dal titolo ¿Es Francisco un Papa marxista? (I) e (II) scritti da Aldo Llanos Marin (nella foto), membro della Sociedad Iberoamericana de Antropología Filosófica (SIAF) e docente dell’Università di Piura (Udep) per il portale peruviano «El Montonero». Sono apparsi il 10 giugno e il 17 giugno. Entrambi discutono le tesi del mio volume «Francesco. La Chiesa tra ideologia teocon ed “ospedale da campo”» (Jaca Book 2021) tradotto in spagnolo: «El desafío Francisco. Del neoconservadurismo al “hospital de campana”» (Encuentro 2022).
El Montonero, 10 de junio del 2022, ¿Es Francisco un Papa marxista? (I) De la creación de un relato al ocultamiento de su pensamiento (Aldo Llanos)
El papado en Occidente siempre ha arrastrado multitudes y despertado pasiones. Tampoco ha estado exento de críticas y de detractores. Sin embargo, nunca antes –en este siglo al menos–, un Papa ha encontrado tanta disidencia altisonante en el seno mismo de la Iglesia que le fue encargada de pastorear. Por un lado, los sectores progresistas manipulan su mensaje recortando y amplificando solo aquello que es acorde a sus propuestas, haciendo creer a la opinión pública que este Papa es “uno de ellos”. Y por el otro, sectores que se autocalifican como “conservadores” (cuando más bien en el fondo son “conservacionistas”) y “tradicionalistas” (cuando en el fondo rayan con el sedevacantismo), acusan a Francisco de “marxista” y de estar al servicio del “globalismo progresista”. ¿En qué se basan para etiquetarlo de este modo?
Para empezar, pienso que hay un profundo desconocimiento de las fuentes intelectuales del Papa: la Teología del pueblo (que no es lo mismo que la Teología de la liberación) y la teología de Romano Guardini. A la par, hay una actitud de no querer profundizar en estas fuentes, sazonadas con la tradición espiritual jesuítica. Cuando ocurre esto, cualquier término empleado por Francisco es usado en su contra. Primer ejemplo, si se menciona “tender puentes”, ya empiezan a cuestionar la frase aduciendo que esta es una puerta abierta en el lenguaje para la infiltración marxista en el catolicismo. Segundo ejemplo, si se menciona “fraternidad”, ya empiezan a recusar el término aduciendo que por medio de este se está “bautizando” a una revolución anticristiana y masónica. ¿Por qué esta animadversión? Tal y como lo describe a la perfección el filósofo italiano Massimo Borghesi, para estos detractores papales su visión de la Iglesia “de misionera y abierta al diálogo se vuelve identitaria y conflictiva, de social se vuelve individualista y burocrática, de pacífica se vuelve beligerante, de católica y universalista se vuelve occidentalista” (Borghesi, 2022)
Y peor aún, este es el terreno fértil para los teopopulismos que, en este caso, nacen a partir de la manipulación política de la fe. Lo hemos visto con la Teología de la liberación en los setenta, por parte de la izquierda, y con Trump y Bolsonaro más recientemente, en donde la derecha neoliberal se engarza con estos “conservacionistas” y “tradicionalistas” a partir de la visión maniquea del mundo que tienen en común. Es la infiltración de la doctrina de Carl Shmitt en el catolicismo contraponiendo Verdad con Caridad.
En efecto, según esta visión, la Iglesia Católica no es el “hospital de campaña” abierto para todos, sino más bien un club para todo aquel que cumple con los requisitos de la membresía: cerrar filas en torno a los “valores no negociables” (utilizados como arma arrojadiza) y suscribir el capitalismo acríticamente. En esto, hay un eco del tiempo de los estados confesionales europeos del siglo XVII, en los que la adherencia a una religión te garantizaba los derechos ciudadanos en plenitud. Esa es la razón de que estos sectores vean con desagrado el Concilio Vaticano II, contra el cual han emprendido una cruzada para salvaguardar “la recta doctrina” (Mons. Viganó) y la más absoluta libertad del mercado (Loris Zanatta, Marcello Pera, etc.)
¿Frente a esto qué propone Francisco? (continuará)
El Montonero, 17 de junio del 2022, ¿Es Francisco un Papa marxista? (II) La polaridad de las interpretaciones no debe ser razón de conflicto sino de diálogo (Aldo Llanos)
La elección de Jorge Mario Bergoglio como Papa el 13 de marzo del 2013 supuso un freno para el avance de una concepción de la Iglesia Católica que se estaba convirtiendo en hegemónica luego de la caída del Muro de Berlín y del atentado a las Torres Gemelas (el 11-S): el neoconservador. Sus propulsores se caracterizan por ser “catocapitalistas” (neologismo acuñado por el filósofo italiano Massimo Borghesi), en el sentido de sostener que la defensa del capitalismo es inherente al cristianismo; y por ser “teopopulistas”, en el sentido de que conciben la participación política como la implantación de una “política cristiana” (Ver mi artículo “La vacancia y la superación de los teopopulismos”).
De acuerdo a esto, para los neoconservadores es fundamental tener en claro quién o quiénes son los enemigos, ya que a partir de este reconocimiento se va construyendo “la” (una supuesta) identidad cristiana. Por ejemplo, si estos son catocapitalistas y teopopulistas, entonces uno de los enemigos por excelencia será el comunismo marxista y todo lo que provenga de este.
En efecto, tal y como lo señalan los teólogos Daniel Bell Jr., y William T. Cavanaugh en La economía del deseo y en Ser consumidos, respectivamente, los neoconservadores no conciben la unidad social como una “unión en la diferencia”, en la que Dios nos “primerea” por medio de su Gracia, capaz de convertir a las personas que a su vez regeneran todas las relaciones sociales a raíz de esta experiencia. En cambio, sostienen que la unidad social se consigue si se instala el andamiaje del capitalismo, en el que el mercado, por sí mismo, equilibraría las relaciones sociales en una clara separación radical entre las esferas de lo natural y lo sobrenatural. Sobre esto reflexiona profundamente el economista peruano Dante Urbina en sus libros Economía para herejes” y La economía irracional”.
Sin embargo, para el Papa Francisco la Iglesia Católica y el cristianismo en general no construyen ni pueden construir su identidad por la vía del antagonismo (tal como lo hacen los neoconservadores y los marxistas) sino al reconocer que su identidad proviene de su semejanza con Dios y su ternura que apuesta por todos con misericordia: “… la única fuerza capaz de conquistar el corazón de los hombres es la ternura de Dios. Aquello que encanta y atrae, aquello que doblega y vence, aquello que abre y desencadena no es la fuerza de los instrumentos o la dureza de la ley, sino la debilidad omnipotente del amor divino, que es la fuerza irresistible de su dulzura y la promesa irreversible de su misericordia” (Francisco, 2016)
En ese sentido, el Papa Francisco entiende –al igual que lo hicieron San Pablo VI, San Juan Pablo II y Benedicto XVI– que la Iglesia es más un hospital de campaña que abre sus puertas para todos los heridos que buscan ser sanados (aunque procedan de bandos en disputa), que un club que se reserva el derecho de admisión. Sin embargo, para muchos neoconservadores esto implica asumir en la práctica un “marxismo eclesial” y la “liquidación de la sana doctrina”.
Aquí se hacen notorias las fuentes intelectuales del pensamiento del Papa; especialmente la teología del alemán Romano Guardini, para quien la polaridad en la interpretación de la realidad no puede ni debe ser razón de conflicto sino de diálogo que abre nuevas perspectivas y posibilita encuentros. También la clave dialéctica de la teología espiritual del jesuita francés Gastón Fessard, para quien es fecunda la tensión entre lo natural y lo sobrenatural lejos de cualquier reduccionismo maniqueísta. Y la teología del pueblo, que propone caminos de reconciliación evitando que la polaridad se transforme en conflicto y exclusión.
La racionalidad del Papa Francisco asume entonces vivamente la tradición jesuítica del discernimiento, que implica estar siempre abierto a las polaridades, ya que de la tensión entre estas se encuentra la verdad a la luz de la fe. Y esto tampoco tiene siquiera algo de marxismo.